Lucía era una niña muy, muy feliz.
En su armario tenía una familia de monstruos, si, pero
no os asustéis, no eran monstruos malos, eran buenos, tan
buenos que cada uno desempeñaba su papel.
Don Papamutus, el monstruo azul y mas serio, se encargaba
de que a Lucía nadie le hiciera daño.
Doña Mamamutus, toda de rayas y con una sonrisa que le llegaba...
bueno, no puedo decir de oreja a oreja pero tenía una gran sonrisa.
Se encargaba de que Lucía no se hicera daño, cuando veía peligro
de tropezón, colisión con otro niño o empacho, enseguida aparecía.
Y Bebemutus, el más travieso y pequeño, que se encargaba
de que Lucía siempre se divirtiera´, aunque todos sabían
que más que entrener a Lucía se entretenía él.
Lucía se ha hecho mayor y en su armario ya no tiene
a esos amigos tan peculiares pero alguna noche se levanta,
abre la puerta con mucho cuidado y susurra...
Papamutos, Mamamutos, Bebemutus
¿estáis ahí?